Hola familia,
mañana en CEADS empezamos el estudio de otra ley cósmica: la destrucción. Después de pasar algunas clases hablando sobre la ley del trabajo, vamos a empezar materia nueva. Para calentar motores, os pongo un texto de estudio sobre el tema.
Cariños de la hermana meno
DESTRUCCIÓN NECESARIA Y
DESTRUCCIÓN ABUSIVA
«La destrucción recíproca de los seres vivos es, entre las leyes de la
Naturaleza, una de las que, a primera vista, menos parecen conciliarse con la
bondad de Dios. Se pregunta por qué les creó Él la necesidad de destruirse
mutuamente, para alimentarse los unos a costa de los otros. (...)» Para aquel
que percibe solamente la materia, que limita su visión a la vida presente, esto
parece en efecto, una imperfección en la obra divina. Es que, en general, los
hombres juzgan la perfección de Dios desde su punto de vista; su propia opinión
es la medida de su sabiduría y piensan que Dios no podría hacer cosa mejor que
lo que ellos conciben. Su estrechez de miras no les permite juzgar el conjunto,
no comprenden que de un mal aparente puede resultar un bien real. El
conocimiento del principio espiritual, considerado en su verdadera esencia, y
el de la gran ley de unidad que constituye la armonía de la creación, es el
único que puede dar al hombre la clave de ese misterio y mostrarle la sabiduría
providencial y la armonía, precisamente donde no veía sino una anomalía y una
contradicción.
Una primera utilidad que se presenta de esta destrucción, — utilidad
puramente física, es verdad — es ésta: los cuerpos orgánicos no se mantienen
sino por medio de materias orgánicas, siendo estas materias las únicas que
contienen los elementos nutritivos necesarios para su transformación. Como los
cuerpos, instrumentos de acción del principio inteligente, tienen necesidad de
ser incesantemente renovados, la Providencia los hace servir para el
mantenimiento mutuo; es por ese motivo que el cuerpo se nutre del cuerpo, pero
el Espíritu no es ni destruido ni alterado; solamente se despoja de su
envoltorio.
Más allá de eso, hay «(...) consideraciones morales de orden elevado. Es
necesaria la lucha para el desenvolvimiento del Espíritu. Es en la lucha que
éste ejercita sus facultades. Tanto el que ataca en busca de alimento como el
que se defiende para conservar la vida hacen uso de habilidad e inteligencia,
aumentando, en consecuencia, sus poderes intelectuales. Uno de los dos sucumbe,
pero en realidad, ¿qué fue lo que el más fuerte o más diestro quitó al más
débil? ¿El envoltorio de carne, nada más; con posterioridad el Espíritu, que no
murió, tomará otro.» «En los seres inferiores de la creación, en aquellos en
quienes todavía falta el sentido moral, en los cuales la inteligencia todavía
no sustituyó el instinto, la lucha no puede tener por móvil sino la
satisfacción de una necesidad material. Luego, una de las más imperiosas de
esas necesidades es la de la alimentación. Luchan, pues, únicamente para vivir,
es decir, para hacer o defender una presa, visto que ningún móvil más elevado
podría estimularlos. Es en ese primer período que el alma se prepara y ensaya
para la vida. (...)»
«(...) Bajo otro prisma, al destruirse unos a otros, por la necesidad de
alimentarse, los seres infrahumanos mantienen el equilibrio en la reproducción,
impidiendo que se torne en excesiva, contribuyendo, además, con sus despojos,
para una infinidad de aplicaciones útiles a la Humanidad. Si restringimos el
examen de este problema solamente al proceder del hombre, que es lo que más nos
interesa, aprendemos con la Doctrina Espírita que la matanza de animales,
bárbara sin dudas, fue, es y será por algún tiempo más, necesaria aquí en la
Tierra, debido a sus groseras condiciones de existencia. Sin embargo, a medida
que los terrícolas se depuren, sobreponiendo el espíritu a la materia, el uso
de alimentación a base de carne será cada vez menor, hasta desaparecer definitivamente, como se verifica en los
mundos más adelantados que el nuestro. Aprendemos, además, que en su estado
actual el hombre solamente es eximido (de la responsabilidad) de esa
destrucción en la medida en que tenga que proveer a su sustento y garantizar su
seguridad. Fuera de eso, cuando, por ejemplo, se obstina en cazar por el simple
placer de destruir, o en deportes mortíferos como las corridas de toros, el
«tiro a la paloma», etc., tendrá que rendir cuentas a Dios por ese abuso que
revela, además, el predominio de sus malos instintos. (...)» El temor a la
muerte «(...) es un efecto de la sabiduría de la Providencia y una consecuencia
del instinto de conservación común a todos los seres vivos. (...) Así es que en
los pueblos primitivos, el futuro es una vaga intuición, transformada más tarde
en una simple esperanza y, finalmente, una certeza solamente atenuada por un
secreto apego a la vida corporal.
A medida que el hombre comprende mejor la vida futura, el temor a la muerte
disminuye; una vez comprendida su misión terrenal, aguarda su fin con calma,
resignación y serenidad. (...)» Para liberarse del temor a la muerte es
necesario poder encararla desde su verdadero punto de vista, es decir, haber
penetrado con el pensamiento en el mundo espiritual, formándose de él una idea
tan exacta como sea posible, lo que denota de parte del Espíritu encarnado un
cierto desenvolvimiento y aptitud para desprenderse de la materia. En el
Espíritu atrasado la vida material prevalece sobre la espiritual. Por su apego
a las apariencias, el hombre no distingue la vida más allá del cuerpo, a pesar
de que esté en el alma la vida real; una vez aniquilado aquél, le parece que
todo se ha perdido y se desespera. (...) El temor a la muerte proviene, por lo
tanto, de la noción insuficiente que tiene acerca de la vida futura, si bien
denota también la necesidad de vivir y el temor a la destrucción total;
igualmente estimula al hombre un secreto anhelo de supervivencia del alma,
velado por la incertidumbre. Ese temor decrece a medida que la certeza aumenta
y desaparece cuando ésta es completa. (...)»
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